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Smell

Al abrir la puerta se puede distinguir perfectamente cómo huele al ambientador habitual, con un ligero toque a dos bolsas de basura en la puerta y una montaña de platos por fregar. Si sigues avanzando el olor varía, pasando a ser el del calor que dan las mantitas del sofá por la tarde, o el del cable suelto de la TDT con esas notas de "¿dónde habrá dejado esta mujer el mando?" que siempre lo amargan un poco, pero en su justa medida. Cuando consigues esquivar todas las cajas y maletas que se arremolinan en el pasillo y pasas a la última estancia, la más importante, el aroma cambia por completo. Se respira un adiós. Se respira la decisión de marcharse, la decisión de no volver, la decisión de dejarlo todo y empezar de nuevo. Pero no hace falta prestar mucha atención para notar también otro olor diferente. Tal vez provenga de la ropa tirada en el suelo, de la cama revuelta o del desorden de la mesa. Huele a cariño y comodidad. Huele a un sincero "no me quiero marchar", ese que provocaba las luchas internas que perdió hace bastante. Y puede ser que huela a miedo. Pero ese olor es otra historia.

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