A veces me apetece ponerme a leer los textos que escribí hace mucho tiempo. Esos textos de auto-reflexión que invitaban o bien a hundirme más en la miseria o bien a salir de ella con una sonrisa en los labios. Han sido escritos por una niña con ilusiones y sueños, una niña que tenía el amor por bandera y cuya felicidad dependía solo del contexto en el que se moviera. Una niña con muy poca cabeza.
Digo a veces, porque hoy no es una de esas veces. Normalmente cuando abro esto me pongo a devorar textos antiguos y recuerdo los momentos que me llevaron a escribirlos. Pero esta vez, no. Hoy no quiero leer nada que me recuerde que en otro momento de mi vida esta niña ilusa tuvo un motivo por el que perder la cabeza. Hoy no hay motivos para perder la cabeza.
No he dejado de ser una niña, sería una tragedia si eso ocurriera. Pero ahora mi bandera soy yo. Puede que a algunos les parezca triste admitirlo, pero a mí no. De hecho, y teniendo en cuenta mis experiencias personales, me parece todo un triunfo que difícilmente hubiese podido imaginar que lograría apenas unos años atrás. Un cambio a mejor. Yo soy yo y mis circunstancias, pero mis circunstancias también las elijo yo.
¿Qué está ocurriendo en mis circunstancias, en mi contexto, para que venga a revivir este viejo blog? Muchas cosas que no voy a detallar porque en monólogos internos ya he gritado a quienes tenía que gritar unas cuantas veces. Pero necesitaba escribir parte, porque a veces me acuerdo de cierta tira de... como se llamen, no me lo he aprendido aún. El niño y el ¿tigre? Esos. Esa tira que decía "soy importante". Antes me hacía sentir pequeñita. Ahora veo que es una sensación normal, pero que no es real. No soy pequeñita, soy gigante, y soy importante. Si lo que hay a mi alrededor no se da cuenta, no es mi problema, aunque duela. Es su problema si algún día ya no estoy ahí, porque entonces se dará cuenta de lo importante que soy.